jueves, 9 de julio de 2009

LAS POLÍTICAS CULTURALES Y EL RETO DEL DESARROLLO EN EL PERÚ

Por Celia Aldana

El desarrollo es una de las apuestas que nos tocan, nos sacuden, nos ponen en movimiento provocando múltiples discusiones. Debatimos sobre la economía, sobre la situación del país, sobre la crisis política, como si la vida se nos fuera en ello.

Y probablemente sea cierto. Territorio de economistas que nos dicen cómo generar crecimiento económico, de políticos que analizan la coyuntura, de sociólogos que miran los movimientos sociales, los comunicadores hemos estado relativamente ausentes, aunque peleando con cada vez mayor fuerza una presencia más central y comprometida con la definición de nuestro país y su futuro.

¿Pero cuál es la relación que existe entre comunicación y desarrollo? ¿De qué está hecha? El presente artículo pretende explorar esa relación, centrándose en el vínculo que existe en-tre cultura y desarrollo y la necesidad de que se implementen políticas culturales que tengan la apuesta del desarrollo como norte.

¿Cómo entendemos el desarrollo?

El concepto de desarrollo es amplio, y da cabida a muchísimas interpretaciones. En general se entiende que alude al mejoramiento de la calidad de vida, a las posibilidades de vivir lo que Sen llama una “vida buena”. ¿En qué consiste ésta? Evidentemente, esta noción puede variar de persona a persona: lo que es importante para unos no lo es para otros.

Por eso Sen remarca que el desarrollo tiene que ver con la posibilidad de llevar el tipo de vida que valoramos (1999). Sin embargo, existe en general consenso de que uno de los fines centrales de los procesos de desarrollo es la superación de la pobreza, tal como lo demuestran los Informes de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.

Esto es crucial, pues la pobreza no debiera ser tolerada. Sin embargo, mirar el desarrollo pensando tan solo en ella es también una perspectiva limitada, pues es restringir sus retos tan solo al ámbito económico. Una vida buena está hecha de más.

Merklen (2000) plantea que tiene que ver también con la integración social: ¿cómo hacemos para crear sociedades en las que todas las personas sientan que son reconocidas y que les corresponde un lugar? Lo que vimos a través de las audiencias de la Comisión de la Verdad confirman esto, la necesidad de la población de ser escuchada, de ser reconocida, de ser ratificadas como personas valiosas, integrantes e integradas a la comunidad nacional.

Un país desarrollado, entonces, no es solo uno en el que las personas pueden alimentarse, vestirse y cuidar de su salud, sino uno en el que además se han erradicado problemas como el racismo, la exclusión de las mujeres, la discriminación étnica, de forma tal que cada grupo se siente representado en la noción que se tiene de comunidad nacional. Esto a su vez permite que cada persona pueda desarrollarse.

Las conexiones entre comunicación y desarrollo

¿Qué tiene que ver el desarrollo con la comunicación y la comunicación con el desarrollo? Para determinar esto es necesario definir la comunicación de manera amplia. El asunto cen-tral que la define es la convivencia entre las personas.

Es a través de ella que se construyen los sentidos, valores, normas, que nos permiten vivir juntos siendo extraños. Entendiéndola de esta manera, como aquello que permite la convivencia, podemos ver la complejidad de la relación entre ambos aspectos. La comunicación da aportes al desarrollo en por lo menos tres terrenos: la educación, la política y la cultura.

En el campo de la educación son varias las experiencias en el ámbito internacional que de-muestran que los medios de comunicación pueden ser usados para generar aprendizajes en diferentes áreas (conocimientos, valores, sensibilidades, habilidades), que a su vez generen cambios en la vida cotidiana de las personas.

Los medios de comunicación, las interacciones entre las personas, además de brindarnos información y conocimiento nos sirven como referente en ese constante proceso por el que todos pasamos de definir nuestras identidades y las mejores maneras de actuar. Si el reto desde la educación es crear una sociedad educa-dora, el papel que la comunicación en general y los medios en particular cumplen es claro.

En el terreno de la política se ha hecho cada vez más evidente que los medios de comunicación son uno de los principales escenarios en los que esta se realiza. Más aún si aspiramos a una democracia que no sea tan solo una formalidad o un voto que se emite cada cierta cantidad de años, sino que esté hecha de procesos de deliberación que nos lleven a tomar decisiones racionales.

Los medios de comunicación proveen el marco en el que se pueden dar los debates y exponer los diferentes puntos de vista. Ahí la ciudadanía tiene la posibilidad de canalizar su presión, las autoridades tendrán el espacio para proponer y responder y las decisiones podrán ser vigiladas, así como se revelarán los oscuros actos de corrupción.

Los periodistas enfrentan retos centrales como el de la equidad y la necesidad de volver visibles a quienes por las relaciones excluyentes de poder no lo son, o el de ser capaces de informar sobre lo que es realmente relevante.

Los dos aspectos antes mencionados son los dos campos en los que la comunicación aporta de manera más clara y concreta al reto del desarrollo. La tercera área, la de la cultura, está íntimamente vinculada con las dos previas (pues no es posible hablar de comunicación sin al mismo tiempo hablar de cultura), pero tiene también campo propio. Es, sin embargo, más difícil de definir, pues es más difusa.

Existen múltiples formas de entender la cultura, una de ellas es la propuesta por Subirats, quien la conceptualiza como una serie de representaciones comunes, compartida por un conjunto de personas, que nos permiten orientarnos en el mundo, nos dan una memoria común y –quizás lo más importante– nos proveen un conjunto de reglas que hacen posible nuestra convivencia (2005).

Esta es una definición útil, pues nos deja ver la relación productiva que hay entre discurso y práctica: la forma como vemos el mundo influye en cómo lo entendemos, y esto a su vez orienta nuestro actuar en él. Por otro lado, la manera de ver el mundo nos permite entender nuestro lugar en él y comprender quiénes somos. Las representaciones son cruciales en la construcción de las identidades.

¿Cómo se relacionan cultura y desarrollo?

Ésta ha sido una de las preguntas centrales que en los debates sobre desarrollo se ha venido discutiendo en los últimos años, pero no solo desde la antropología, la sociología o la comunicación, sino desde la economía, que no logra terminar de comprender por qué en unas sociedades los modelos económicos sí funcionan mientras que en otras no (Kliksberg, 2000). Desde este terreno se ha acuñado el concepto de “capital social”.

La conclusión general es clara: para que se den procesos de desarrollo es necesario trabajar también con el campo de la cultura, ya sea para aprovechar sus fortalezas o para generar transformaciones. La cultura juega un rol central en los siguientes aspectos:
  • Al hacer posible que una comunidad actúe como tal al sentirse sus miembros identificados con ella.
  • Al fortalecer los lazos de confianza entre sí y por tanto la capacidad de cooperación.
  • Al superar la barrera de la impotencia, la indiferencia, la apatía de los ciudadanos
  • Al ser un elemento fundamental para el desarrollo de las capacidades de los individuos, impulsando sus procesos de empoderamiento.
Ahora bien, para entender correctamente el rol jugado por la cultura en los procesos de desarrollo es necesario establecer algunos valores centrales. El primero es que cuando hablamos de comunidad no nos referimos a un grupo que se asume homogéneo. Eso es imposible y la única forma de alcanzarlo es cuando quienes no tienen poder se pliegan calladamente.

Tampoco imaginamos una sociedad en la que no hay conflicto, sino una que sabe canalizar y resolver sus conflictos de manera pacífica y dando la oportunidad a que todos se expresen y sean escuchados. Es decir, hablamos de una sociedad que es capaz de mirarse a sí misma tal cual es, que puede reconocer sus diferentes componentes, que sabe valorar su pluralidad. Un valor central para el desarrollo, entonces, es la equidad: la igual valoración de quienes son distintos. En este sentido, constituirnos en una sociedad intercultural, capaz de “estar juntos hoy” (Reguillo, 2002) es un reto fundamental.

Para alcanzar esta meta es necesario que al mismo tiempo los ciudadanos ganen mayor poder. El empoderamiento de estos se refiere al incremento de sus niveles de autonomía. Es decir, de su mayor capacidad para conducir sus vidas y para influir en las decisiones y polí-ticas que las afectan. Involucra el reconocimiento del propio valor, el desarrollo de las potencialidades de cada uno. Necesitamos que los integrantes de nuestra sociedad se sepan valorados y lo sean como sujetos de derechos y deberes, no por la capacidad de compra, el sexo o el color de piel que tengan, sino por el simple hecho de que son personas y como tales ya son valiosas.

Esto se liga con el papel que juega lo que Arjun Appadurai (2004) llama “la capacidad de aspirar”, la cual –según el citado autores crucial para romper el ciclo de pobreza. Esta es la capacidad de visualizar y desear cambios a futuro, y la convicción de que estos pueden ser alcanzados. Lo que va de la mano con la valoración de las propias capacidades pero que también depende de las oportunidades concretas que se tienen.

Quienes trabajamos en desarrollo sabemos que la apatía y la sensación de impotencia son barreras principales. Appadurai dice además que esta es una capacidad cultural, pues es en la cultura que tanto las nociones de pasado como de futuro están sustentadas y de ella se nutren. Sin noción de futuro viable no podemos empezar a trabajar por él.

La relación entre cultura y desarrollo es, entonces, compleja, y no se remite solo a los símbolos identitarios más evidentes sino que necesita trabajar además con los valores y los sentidos comunes, con las nociones más profundas de quiénes somos ahora y qué podemos alcanzar, con las formas de pensar que permiten que las inequidades se perpetúen, con la capacidad de reconocimiento e integración de las minorías, con la capacidad para aceptarnos y valorarnos ahora.

¿Qué es lo que pueden aportar las políticas culturales?

Asumiendo que la cultura es central para el desarrollo, la pregunta que queda es qué se puede hacer desde las políticas culturales. Entendemos que estas implican la gestión de la cultura (Caetano, 2003), la promoción de valores, la protección de nuestro patrimonio y de nuestra memoria colectiva y el estímulo a la creación de nuevos símbolos.

En este proceso no solo están involucrados los estados, sino también los mercados culturales y los movimientos sociales; abarca tanto la producción artesanal como la artística y la producción de mensajes en general. Tienen como fin orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales y obtener consensos para los cambios en una sociedad (García Canclini, 1999). Son un asunto profundamente político si quieren estar a la altura de sus retos, pues requieren asumir que están definidas y a su vez definen las relaciones de poder.

Ahora bien, reconociendo la centralidad de la cultura en los procesos de desarrollo pero sabiendo al mismo tiempo que estas son épocas en las que el Estado reduce su rol, la planificación es dejada de lado, y es el mercado el que regula principalmente las relaciones y los intercambios.

¿Qué es lo que se puede hacer? Fomentar la expresión de las diferentes comunidades existentes en el país, volverlos visibles, darles voz; incentivar la creatividad, producir esos espejos en los que necesitamos mirarnos para poder reflexionar sobre quiénes somos y quiénes queremos ser. Pero también crear un espacio que dé pie a la fantasía, a la imaginación que nos permita jugar con los futuros posibles. Acá, evidentemente, el Estado puede cumplir un rol de estímulo a la producción y la creatividad, pero los mercados culturales grandes y pequeños también podrían hacerlo si se atreven a variar sus ofertas.

Se requiere también contribuir al fortalecimiento de las identidades culturales y los procesos de reconocimiento e identificación, para que alcancemos la aspiración de ser una sociedad intercultural. En este campo es central el rol que cumplen los medios de comunicación públicos y la escuela. Los medios de comunicación han avanzado en este sentido, pero es necesario fortalecer más su participación.

El programa de educación bilingüe del Estado es débil y preocupa que se hayan debilitado algunas de las experiencias más interesantes, como la de la Escuela Pedagógica Bilingüe de Iquitos. Sin embargo, es necesario tomar en cuenta que el fortalecimiento de las múltiples identidades que conviven en nuestro país no es algo que solo se puede hacer dentro de las fronteras de la propia comunidad.

De poco sirve que esta se sepa valiosa si fuera de sus márgenes la siguen mirando con el mismo desprecio y desconocimiento de siempre. El conjunto de peruanos debiera por lo menos saber cuántas lenguas se hablan en nuestro país, cuán rica es nuestra diversidad y cuáles son los conocimientos que cada una de ellas aporta. Proteger y estimular esta diversidad pasa por la escuela pero los medios de comunicación también deben intervenir más activamente en esta área.

Para fortalecer el tejido social es fundamental que los diferentes sectores encuentren cana-les a través de los cuales puedan ser representados. Necesitamos periodistas con capacidad y corazón para conocer y valorar el amplio y variado espectro social que conforma nuestra comunidad. Necesitamos productores de medios en general, publicistas y periodistas capaces de comprender el impacto profundo y de largo plazo que sus discursos tienen en la construcción de identidades y en los procesos de desarrollo.

Por último, necesitamos una ciudadanía y una sociedad civil que valoren el rol que la comunicación y la cultura cumplen en el desarrollo, que la asuman como un derecho de forma tal que se vaya generando una demanda cada vez más calificada hacia los medios que estimule una mejor producción en ellos.

Cabe resaltar que la cultura y la comunicación son fundamentales para el desarrollo. Al igual que cualquier mejora económica también son absolutamente necesarias, pero a su vez son insuficientes si no van acompañadas de los procesos de los que hemos hablado. Difícil, pero posible.

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